Me gusta la investigación de barrio, y no lo digo con ningún despropósito, sino porque no hace falta recorrer cientos de kilómetros para encontrarte con casos curiosos, unas veces sencillos y otras más rebuscados, pero que no dejan de sorprendernos y que están ahí, a nuestro alrededor
Nota aclaratoria: El presente artículo fue escrito el día 21 de enero de 2014 por Mario Ortega.
A todos, quien más o quien menos, nos ha ocurrido algo en algún momento de nuestras vidas a lo que no hemos sabido darle una explicación racional y, restándole importancia, lo hemos dejado relegado, si no al olvido, a un rincón de nuestra mente como un simple anécdota; un expediente X que nadie suele sacar a la luz salvo que el ambiente y los interlocutores lo propicien e inviten a ello. Cuántas veces hemos oído decir: “Es que no me gusta comentar estas cosas por miedo a que me tomen por loc@” o “Qué bien me siento de poder explicar esto a alguien que me comprende sin mirarme con recelo”.
Recientemente estuve compartiendo mesa con un amigo, escéptico, pero abierto a cualquier posibilidad si los argumentos tienen sobrada razón de peso. Llegó a comentarme vivencias propias dignas de una película de miedo, como la visión clara y nítida de su padre recientemente fallecido en su propia habitación, asegurándome que no se trataba de un sueño. Como él, más personas me han hablado de sus experiencias pero siempre con la coletilla “esto que quede entre los dos”.
Me viene a la mente un testimonio al que entrevisté las pasadas navidades, pero que debido a su trabajo y a su consecuente ritmo de vida sería tildado de poco creíble o de alucinado, pero me aseguró y juró con un intenso brillo en los ojos y la inevitable reacción epitelial al erizársele el vello, que lo que vio no fue fruto de su imaginación ni de ninguna sustancia que le indujera a tal visión. En este caso se trataba de una esfera de luz que penetrando por la ventana de su habitación lo dejó paralizado y sumergido en un intenso sueño, del cual despertó al cabo de varias horas de forma inusual.
Estos dos casos que acabo de comentar han sido con el consentimiento de los testimonios pero, obviamente, sin dar datos personales.
En definitiva, todos y cada uno de nosotros tenemos algún episodio extraño guardado en nuestro disco duro, siendo testigos mudos de lo insólito. Incluso los más estrictamente racionales se resistirán a admitirlo, pues no pueden aceptar algo para lo que no tienen una explicación plausible y su respuesta interior es: “Algún día le encontraré una explicación porque seguro que la tiene”.
Como buscadores guardamos casos y anécdotas que engrosan nuestro archivo personal como fuente de información para poder contrastar experiencias. Todo ello nos sirve para darnos cuenta que al igual que estos testimonios, que prefieren guardar su anonimato, habrá otros tantos que estarán esperando el momento propicio para sacar a la luz aquello que tienen guardado en lo más profundo de su ser, aunque una vez más, quizás también pasen a formar parte de este archivo secreto que no verá la luz y que fielmente custodiamos.
Sea como sea, los que nos dedicamos a la investigación de estos temas de frontera estamos aquí para escuchar tu caso, dándolo a conocer si es tu deseo o guardándolo como “secreto de confesión”. Tú elijes…
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Por suerte los anónimos cada vez son menos y nos vamos encontrado gente dispuesta a dar datos concretos e identificarse. Saludos