En el verano del año 2010 me dispuse a realizar una visita a la bonita ciudad de Cáceres debido a la obligada visita a unos amigos que tenía en dicha ciudad, que ellos mismos me iban a enseñar. Entre los monumentos típicos de la ciudad extremeña, me enseñaron un museo que pasa desapercibido para la gran mayoría de visitantes: La Casa Árabe Yusuf al Burch, conocida como la casa de la muerte…
Nota aclaratoria: El presente artículo fue escrito el día 12 de septiembre de 2014 por Enmanuelle Lainez.
La Casa Árabe es una edificación del siglo XII que estaba a punto de derrumbarse hasta que la compró un particular que se propuso restaurarla, objetivo que consiguió gracias a donaciones nacionales e internacionales, públicas y privadas, consiguiendo recrear un auténtico escenario típico de la forma de vida árabe.
La casa tiene una típica forma rectangular, con un pequeño patio al fondo y un baño turco en el sótano. Una auténtica maravilla que merece la pena ver.
Fui a este museo sin tener ni idea de lo que allí había, puesto que la persona que me llevó se calló todas las leyendas que giraban en torno a el para evitar que me sugestionase. En dicha visita íbamos cuatro personas y, al entrar en la casa, ya noté una sensación extraña, como si me estuviesen observando y analizando.
Algo dentro de mi me dijo que pusiese la cámara de fotos en modo vídeo para así registrar todas las instalaciones más detalladamente. Al entrar en la primera estancia, sentí un rechazo muy fuerte, por lo que prácticamente ni me paré a verla, aunque me di cuenta de que en medio había un Corán abierto.
Una vez en el patio, y encima de una gran piedra que hacía las veces de asiento, vi claramente dos hombres hablando, como haciendo negocios. Seguí adelante ignorándolos. Las siguientes estancias eran las habitaciones de las mujeres, donde noté una presencia que me seguía, como si estuviese interesada en lo que hacía.
Noté dicha entidad durante toda la visita y pude entrever quien era: Era una mujer árabe de alrededor de 25 años, morena y muy guapa, pero con rostro triste, vestida con ropajes azules. Cuando llegamos nuevamente a la entrada yo me fijé en la cocina mientras mis amigos hablaban con la dueña y, disimuladamente, sonsacaban información sobre las leyendas del lugar.
La dueña, Isabel, es un auténtico encanto de mujer y no tardó en contarles casi todo. Mientras tanto, yo bajé al baño turco y allí vi a un hombre ya mayor, sin duda el dueño de la casa, sentado en la esquina tomando un baño. A mi lado, noté que se ponía la mora y me tocaba.
Cuando subí me contaron lo que habían estado hablando y toda la historia de la casa. Al parecer, tanto los dueños como a sus hijos les habían pasado cosas allí, como movimientos de objetos tales como jarrones o velas que se encendían solas.
Cuando le conté a Isabel lo que había visto se puso blanca, puesto que ella había omitido detalles que muy poca gente sabía y alguno de estos se los conté yo.
En un momento dado, les dije a todos que la mora estaba allí con nosotros en una puerta que tiene una cortina. Como les vi dudar, dije a la mora que hicieran algo para que se lo creyeran. En ese momento, la cortina se levantó casi hasta el techo, provocando que una de mis amigas saliese corriendo despavorida de la casa.
Como casi era la hora de cerrar, la dueña nos pidió que por favor esperáramos para salir porque la daba miedo quedarse. ¡Fue toda una experiencia!
Ahora, cada vez que voy a Cáceres, voy a la casa y siento toda su magia.
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