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Investigación en el monasterio abandonado de Carmona

¿Quié no ha oído hablar nunca del Monasterio del Diablo, del Monasterio de Carmona o de la Huerta de San José? Todo apasionado del misterio conoce este tétrico enclave y, sobre todo, su siniestra o macabra leyenda. Hasta allí hemos acudido a realizar diferentes experimentaciones y esto fue lo que nos encontramos…

Nota aclaratoria (17/02/2017): Según nos hacen llegar, exísten discrepancias en cuanto a la autenticidad del documento referido en el artículo donde se narran los hechos ocurridos en el monasterio. Para más información, nos remiten al audio publicado en el programa «En la Búsqueda» en su edición quinta de la primera temporada.

Un poco de historia

Allá en el año 1620 se levantó este imponente monasterio para albergar a una congregación de Franciscanos, los cuales fueron sucedidos por Dominicos y Carmelitas creando así un internado para la iniciación de los novicios. Como ya es conocida la doctrina de estas congregaciones, sobrevivían de la caridad humana del pueblo colindante y de la huerta que cultivaban ellos mismos así como del ganado que pudiesen tener. Pero la carencia de agua evitaba que pudiesen regar las cosechas y limitaba el sustento tanto de los animales como de ellos mismo. Esta carencia no tenía explicación lógica, puesto que el pozo que abastecía a dicho monasterio, se encontraba cerca de un acueducto subterráneo de la época romana con abundante flujo de agua.

Los vecinos del monasterio acudían cada Domingo a escuchar las misas que ofrecían y no es hasta llegada la Guerra Civil Española cuando la necesidad de comida y supervivencia dejaron a un lado la fe y el no pecado. La carencia de alimentos por la situación del país los obligó cada noche a salir a oscuras para robar comida en las fincas colindantes, regresando al monasterio con sus ropas rasgadas por las mordeduras de los perros que guardaban los campos. Imaginaos lo que pudo llegar a afectarles el tener que hacer todo lo contrario a lo que ellos comulgaban. Con el tiempo fueron descubiertos y denunciados a las autoridades eclesiásticas, los cuales juzgaron a los frailes llegando a cerrar el monasterio y trasladándolos a todos a distintos lugares. Curiosamente en la bibliografía de Carmona no consta ningún documento historiográfico de este monasterio, como si alguien hubiese querido borrar este lugar, o tal vez porque quisieron ocultar otro tipo de hazañas de estos frailes. La cuestión es que solo se dispone de dos documentos que confirman la existencia física y la historia de este monasterio.

La leyenda

Pero llegamos a la parte más espeluznante de esta historia. Una leyenda que, al parecer, no es tanta leyenda. Tal vez, la historia es tan terrorífica que quizás es mejor tomarla como leyenda que como hechos reales. Para ellos os dejamos la transcripción del documento donde el único fraile que consiguió sobrevivir narra, de su puño y letra, su versión de los hechos. Este fraile llego a confesarse culpable de los hechos, cosa que no fue creíble por su constitución física. El día de los hechos fue la mañana del 25 de noviembre del 1680.

De una parte, José Díaz de Alarcón, escribano, y por otra, Juan Rodrigo Perea, Fraile dominico, en unión con alguaciles y demás fuerzas públicas y religiosas, nos narra así los hechos ocurridos: 

“Yo señores, me hice fraile dominico en el convento de San José, donde entré en el noviciado hace ya tres años poco más. En la mañana del 20 de noviembre de éste año de nuestro señor (1680), entró por parte de Cantillana, un aspirante a noviciado que dijo llamarse según recuerdo Don Jaime Maldivas, y que fue aceptado con plena satisfacción por parte del padre Prior y demás. Este hombre era alto, de cejas muy pobladas, de nariz aguileña y su cara tan fina como una espada. Nunca le vi en compañía de otros en la huerta o en la capilla, por lo que nos extrañó.

Yo, señores, no sé como ocurrió, que en la mañana del 25 de noviembre del susodicho año, cuando desperté no encontré la puerta de mi celda abierta como era la costumbre (pues como ustedes saben todas las noches no echan llaves y cerrojo) y creyendo que era aún muy temprano, me entregué a profundas meditaciones. Después de esperar mucho rato, sentí por fin unos pasos débiles que provenían del pasillo y que venían a morir justo ante la puerta de mi celda. La puerta, de un suave rasquido, quedó abierta; pero cuanta fue mi sorpresa, cuando pude comprobar, que detrás de ésta no había nadie para darme la mistésica, como era costumbre, permaneciendo el pasillo totalmente sordo en cuanto a rezos e invocaciones. Entonces fue cuando pensé que quizás la misa primera ya hubiese empezado y me hubiese quedado dormido y castigado, pero al ver que las puertas de las celdas de mis compañeros estaban todas abiertas de par en par, quédeme pensativo un momento, para después salir corriendo hacia la capilla. Cuando llegué a ésta, no vi a nadie, y entróme un calor desde la garganta hasta el pecho, cuando oí unos lamentos a media voz que al parecer provenían de la cocina que estaba al lado de la capilla. Salí corriendo por los pasillos del convento dando voces llamando al Padre Prior y demás frailes, pero ni uno ni otros me contestaron, por lo que determiné marchar a la ciudad para avisar a más gente y averiguar lo que pasaba.

Fue ésta mi intención como os digo, pero no lo hice así, pues esos lamentos de los que antes hablé, parecían que me perseguían a todas partes que fuese y aunque quise salir del convento, algo me empujaba hacia la cocina, que si recuerdan, era el lugar donde provenían los quejidos. Cuando llegué a la cocina los quejos se sentían tan fuertes dentro de mí, que creí
que era yo mismo el que los producía, que en mi tenían desarrollo y manifiesto. Pero pronto me di cuenta que el lugar de su procedencia era el sótano y sin poderlo remediar, me vi no sé como bajando sus inclinados escalones. Maldita sea, señores, maldita sea el momento en que entré en aquella habitación, pues que al entrar encontré al Padre Prior y a los demás frailes colgados por los ganchos donde solíamos colgar los cerdos, jamones y chorizos.

Yo, señores, al ver aquel marco infernal y sangriento, comencé a ver también unos seres pequeños, que apiñados alrededor de los cuerpos muertos, comían sus carnes. En aquel momento, entróme un desmayo pasajero, y pude ver señores, como los seres que antes os había hablado se reunían en uno solo, de aspecto repugnante y enorme, viniéndome a decir estas palabras: «Te dejé vivir para que proclamaras mi venida al mundo». Entonces, un fuego comenzó a propagarse por el sótano. Como tenía los sentidos agarrotados no pude mover músculo alguno para moverme y salir corriendo y cuando pude hacerlo, la misma voz que referí anteriormente, me volvió a decir: «Ve y di que Satán está aquí». Lo demás señores ya lo conocéis y quisiera que no se me volviese a tachar de loco, pues ustedes mismos y el pueblo entero ha sido testigo de lo que después ocurrió y ya, si me lo permiten vuestras mercedes, quisiera marcharme, pues espero salir de ésta misma tarde hacia Sevilla, porque no quiero volver más a ésta ciudad”.

Este fue el testimonio que narró el único fraile superviviente. Cualquiera diría que habría sufrido delirios por hambruna, pero la parte que se confirma donde dice: “…señores ya lo conocéis y quisiera que no se me volviese a tachar de loco, pues ustedes mismos y el pueblo entero ha sido testigo de lo que después ocurrió…”. Fue confirmado por el alguacil redactando esto:

Yo, Don Alonso Sans de Heredia, alguacil de las torres doy fe, que la tarde siguiente después de la declaración que dio aquella mañana este fraile al que acabamos de oír, entramos con otros alguaciles y otras gentes de la villa y vimos como en el sótano antes mencionado, estaban ciertamente colgados por los ganchos multitud de frailes y el Prior a quién yo mismo pude conocer, desangrados y descarnados, dando órdenes de que se bajaran y se enterrasen. Como no vimos ni oímos nada de sobrenatural en aquel convento, mandé también apresar al fraile que nos había contado tantas fantasías y se consignó como el asesino real de aquella atrocidad. Pero doy así mismo fe, de que a las siete de la tarde, cuando se estaban enterrando los cuerpos en los huertos, fui, con muchos, testigos de un sobrenatural fenómeno. Este consistió, como todos pudimos comprobar, en un oscurecimiento del cielo y entre dos columnas de fuego, apareció un rostro horrible de alimaña, confesándose de aquellos crímenes. Más tarde, de un fulminante rayo, descendió una blanca luz, y esta bajó aquel ser en forma más humana de cómo nos había hablado. Mandé entonces que absolvieran al fraile y que apresaran aquel ser maligno o lo que fuese, pero apenas di la orden, todo el mundo salió corriendo, y yo, al verme solo, no pude sino copiarles del mismo modo.

Doy fe, también, que al siguiente día y tras avisar a los obispos letrantes de Sevilla, nos presentamos de nuevo en aquel maldito convento con toda gente voluntaria que pudimos reclutar, portando todos cruces y Biblias, para echar a ese ser endemoniado de ésta santa ciudad. Cuando llegamos, apareció este horrible ser, en lo alto del campanario de los curas y mandando derribar la puerta, envié a muchas gentes y soldados para conseguir echarlo o aniquilarlo con Biblias y los Crucifijos. Muchos hombres llegaron hasta el convento. Cual fue nuestro asombro cuando nos dimos cuenta que los soldados y demás gente que enviábamos no llegaban a la torre, si no que los que lo hacían, caían despedidos como muñecos desde la torre al suelo adonde estábamos, y otros desaparecían. Satán se enojó y sonó un fuerte trueno en los cielos, el viento se abrió a su cuerpo, nos hizo rodar por los suelos y cuando nos pudimos levantar de él, vimos como el ser satánico se abrió el pecho (donde pudimos ver toda clase de atrocidades y de endemoniadas formas humanas) y dijo: «Perezca todo y todos» y al momento un temblor de la tierra destruyó el convento y muchos de los que estaban allí perecieron. Al siguiente día, cuando despertamos, vimos que estábamos allí entre cuerpos muertos, pues pocos quedamos con vida. Marchamos como pudimos con nuestros miembros dislocados y mandamos que aquel lugar fuera sembrado de sal para alejar al demonio y desposeer de todo mal aquel lugar sagrado. Después de esto no volvimos a oís ni ver nada que indicase que aún este ser estuviese con nosotros”.

Una noche en el monasterio

La historia no podía ser más terrorífica, pero era idónea para realizar una investigación allí. Preparamos todos los equipos y pusimos rumbo hacia Carmona.

Desde la lejanía se podía vislumbrar aquel imponente enclave, estaba claro que el vandalismo y el paso de los años había destruido parte de este lugar. Como solemos hacer, llegamos aún de día con el fin de poder observar el estado de la infraestructura del edificio. Realizando este recorrido sobre las cinco de la tarde justo en la zona donde se encontraba el sótano que ya mencionamos en el que supuestamente aparecieron colgados aquellos frailes. Comenzamos a realizar una ronda de preguntas con grabadora en mano a modo de sesión psicofónica. De forma repentina comienza a llegar cuervos de procedencia totalmente desconocida y fueron colocándose uno a uno en las alturas de las ruinas del edificio en la misma zona en la que nos hallábamos.

Sus picos negros apuntaban fijamente a nuestra persona. Asombrados por la actitud que observábamos en estos pájaros y sin dejar de observarlos comenzamos a realizar preguntas. Era formular una pregunta y comenzar los cuervos a cantar, como si nos respondieran ellos. Nuestros rostros se mostraban perplejos. Repetíamos la hazaña y una vez más al unísono volvieron a responder los cuervos. Decidimos trasladarnos a un lugar donde percibíamos un olor a incienso quemado muy intenso. Aquellos cuervos seguían nuestros pasos con sus desafiantes miradas.

Buscamos plantas por todos los alrededores que pudiesen ser las causantes de este característico olor de botafumeiro, pero fue en vano. Fue recorrer la parte de arriba donde se encontraban las celdas cuando aquellos cuervos desaparecieron. Al caer la noche teníamos ubicadas las zonas más activas del lugar o las que pensábamos que podrían serlo. Estabamos colocando los equipos cuando los perros de las parcelas colindantes comienzan al unísono a emitir unos aullidos de lo más escabrosos, hecho por el cual no pudimos evitar que se nos erizara la piel por completo.

Desconocíamos completamente el motivo de aquella actitud por esos animales. En aquel momento carecíamos de grabadoras o cámaras de video activas, pero al comenzar la investigación no tardarían de nuevo a emitir aquellos desgarradores aullidos. La noche se tornaba escalofriante: Golpes en la planta superior, voces en la spiritbox PSB-7, cambios de olor de incienso a putrefacto, animales dominados por lo desconocido… Fueron algunos de los fenómenos con los que nos encontramos aquella oscura madrugada.

Pero lo que más nos hizo estremecer fue un fenómeno ocurrido durante uno de los descansos. Decidimos meternos en el coche para resguardarnos de la gélida noche cuando, comentando entre el equipo lo que estábamos experimentando y mientras algunos fumaban con la ventanilla un poco bajada, escuchamos perplejos el lamento de un hombre en las profundidades del monasterio. Todos de forma repentina giramos nuestras caras hacia el enclave buscando la procedencia de aquel terrorífico alarido.

Comentamos entre nosotros si lo habíamos oído todos aquel lamento tan agonizante y, efectivamente, todos los del equipo confirmamos su audición. Nos recordó aquella leyenda donde aquel fraile, a solas por el monasterio, escuchaba aquellos desgarradores lamentos. ¿Quizá nos querían confirmar que aquella historia era cierta? La tensión que pudimos experimentar en este lugar aquella noche fue intensa y solo podréis palparla visualizando el vídeo a continuación:

 

Publicado por el día 16/02/2017

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